El dolor puede
aparecer de muchas maneras, una punzada, una leve molestia... Dolor sin más, el
dolor con el que convivimos a diario. Nos guste o no, nos acompaña toda nuestra
vida, en todas las décadas que vamos atravesando, pero como, todo va
evolucionando con los años y se hace más complicado con el tiempo.
Quizás sea un tema difícil de hablar, pero todo el mundo lo
siente, en más o menos medida. No es nada malo admitir que el dolor nos deja
hechos polvo, y tampoco es malo admitir que nosotros mismos somos a veces, a
sabiendas o no, los culpables del dolor de alguien.
Hablo del dolor del alma,
del dolor por dentro, entonces: ¿Qué puedes tomarte cuando lo que te duele es
el alma?
Pues lamentablemente no he encontrado respuesta a esta pregunta
después de tanto tiempo pensando en ella… Lo único que puedes hacer es
aguantarlo. Esperar a que se calme y a que la herida que lo causa cicatrice y
el dolor se vaya poco a poco. No es
fácil, pero hay que seguir viviendo. Aunque en el fondo siempre te queda el
recuerdo de ese sentimiento…
Cuando eres pequeño también se siente dolor, lo que pasa es que
era más fácil aliviarlo, bastaba con contárselo a tu madre, porque normalmente
ella hacia que el dolor se hiciera más pequeño. Normalmente ese dolor lo
causaba algún enfado con tu mejor amiga de la semana, o porque se te había roto
la bici…lo peor que me paso por aquella época, es que con 10 años me cambie de
ciudad, y creo que me costó un montón volver a encontrar a gente con la que me sintiera
totalmente a gusto (unos 7 años, hasta que llegue a COU prácticamente…)
Llega un momento en el que aparece el dolor por no poder
conseguir lo que quieres. Por aquella época empieza también el tema
sentimental…que os voy a contar…el chico del que estas enamorada se enamora de
otra…os puedo asegurar que ese dolor aún lo recuerdo como si hubieran pasado 10
días y han pasado unos 15 años…
Luego conforme te vas haciendo más mayor la cosa empieza a
complicarse, porque las relaciones se vuelven más complejas, y el dolor
también. Crees que nadie puede entenderte, y es inmensamente complejo intentar
que alguien entienda tu dolor, si no entiende la importancia que tiene aquello
que lo provoca para ti.
Las relaciones personales, la familia, las parejas, los amigos
es lo que nos provocan mayor satisfacción en la vida, y por extrapolación,
aquello que nos puede causar más dolor…cualquier traición o decepción en este
campo, puede causarnos un dolor enorme. Normalmente como todo en la vida,
cuanto más te implicas, más puede dolerte algo.
Pero sin duda, el peor dolor que puedes sentir, ese que no
podemos ignorar, un dolor tan enorme que borra todo lo demás, es saber que has
hecho mucho daño a alguien a quien quieres.
Hagas lo que hagas solo puedes pensar en cuánto daño has hecho. A mí me
duele más, hacer daño, a que me hagan daño. Es muy difícil perdonarse a uno
mismo el haber hecho daño a alguien importante, o por lo menos, para mí lo es. Pero como incluso lo peor que puedes imaginarte, no es tan malo cuando
ocurre, te pase lo que te pase y hagas lo que hagas, puedes, anestesiarlo,
aguantarlo, aceptarlo, ignorarlo… pero sin duda la mejor manera de enfrentarse
a él es seguir viviendo… siendo valientes y dejar que poco a poco las aguas
vuelven a su cauce. Después de pasar una mala racha, se aprecian mucho más las
cosas bonitas de la vida, que afortunadamente son muchas, así que cuando
tengáis oportunidad, no os olvidéis de disfrutar de todo lo bueno que tenemos
alrededor!
El dolor tiene diferentes sistemas de medida, y es que cada uno
tiene el suyo que va variando con el paso de los años. Hasta los 5 años debería
estar prohibido sentir cualquier tipo de dolor, excepto los gases y los
raspones de las rodillas o los codos por querer correr antes de saber andar.
De los 5 a los 10 años te duele, en el alma o en el orgullo,
salirte de los márgenes del dibujo y que “la
señorita” no te ponga un bien; perder a las chapas o al baloncesto, que tus
compañeros se rían en clase porque te pesa el culo y no puedes subir la cuerda
en gimnasia…Estos momentos que ninguno podemos olvidar y que nos sirvieron para
intentar superarnos día a día. Pero aún no lo catalogaría como dolor.
Esto sería así en una infancia normal. Lo que ocurre es que por
desgracia hay situaciones en que la vida te tiene guardadas algunas sorpresas
desagradables. En mi caso, cuando tenía 6 años, la vida me enseñó qué era el
dolor. Ha pasado mucho tiempo ya, pero la sensación de vacío intensa, acompañada
de desconsuelo y soledad no se olvidan. Por suerte con 6 años todo se te pasa
cuando te llevan al video-club (ya he dicho que fue hace mucho tiempo) y te dejan
elegir la película que quieras y sentarte en el sillón de tu abuelo para verla.
Para los curiosos, elegí La Bella durmiente, mi clásico favorito de Disney.
Por lo demás puedo decir que mi infancia fue plenamente feliz. Y
que la mayoría de las angustias vitales que he vivido después han sido cosas de
la adolescencia. Desengaños o desilusiones que antes pensaba que eran el fin
del mundo pero ahora incluso me río. Otras son el curso natural de la vida, y
que supongo que todos habéis sufrido en alguna ocasión.
Pero algo que me angustia
ahora, que me causa un dolor, una punzada en el estómago, es sentirme parte de
“La generación perdida”. ¿Cómo hemos
llegado a esto? ¿Cómo pueden decir tan alegremente que somos una generación
perdida? Primero porque nos hemos pasado media vida estudiando para buscarnos
un futuro prometido, y segundo porque el esfuerzo debe tener una recompensa,
no? Y ya no sólo por nosotros, por nuestras familias que han sufrido con
nosotros todos los años de carrera, por el esfuerzo económico de costearnos la
educación, porque ellos también se merecen la recompensa de ver que con ayuda
de su esfuerzo tenemos un futuro. Un futuro lleno de alegrías de nuestras
alegrías.
Yo siento pena, impotencia, rabia de que haya unos cuantos que
se creen con derecho de manejarnos con la excusa de que es por nuestro bien.
Unos cuantos que dicen que es un “motivo de optimismo” que los jóvenes emigren…
¿Pero es que no miran a su alrededor? si miro a mí alrededor la situación es
aún más dolorosa. Paro, desahucios, hambre, frio, emigración, desamparo,
desesperanza, desconfianza…
Hace unos días escuché a un chico, treintañero, que decía que su
único activo es no poseer nada, ni hipoteca, ni coche, ni casa, ni familiares a
su cargo, ni trabajo... Y él, como nosotras sintió la necesidad de expresarse
para que la gente viera cómo se sentía. Este chico, Javier López Menacho, ha
escrito un libro Yo precario donde de forma satírica
cuenta cómo ha ido abriéndose camino en la vida laboral. Porque al mal tiempo
sólo nos queda poner buena cara.
Yo con 30 años me siento un poco como él. Y lo peor de todo es
que sin ver el fin a esta situación precaria, ya me voy acostumbrando a ella. Esto
es lo que más me duele y más me asusta. Pero sé que con ayuda de la familia, de
la pareja, de los amigos, de la gente luchadora que está en la calle defendiendo
nuestros derechos, y de la buena voluntad un día podremos decir a todos los que
nos han llamado Generación perdida se equivocaron, y que gracias a nosotros
cobrarán sus pensiones.
A mí, como a La Bella Durmiente, me gustaría despertar un día y
que un príncipe azul hubiese acabado con estos días grises, pero como esto va a
ser complicado, hagamos como en Monstruos S.A y que las sonrisas sean nuestra
energía.
Cierto es que los dolores no siempre nos los provocan “agentes externos”, de lo más duro es el sentimiento de fallarte a ti mismo y de los más difíciles de sobrellevar, porque no puedes dejar de verte, ni de hablarte, ni de llamarte, ni de sentirte… ni puedes echarle la culpa a otro, ni intentar engañarte un poquito…
Claro está, que no todas las personas tienen la misma tolerancia al dolor del alma (del mismo modo que varía la tolerancia al dolor físico); yo creo que es que “soy muy sentida” y entonces allá voy yo arrastrando un poco de todo, unas veces lo llevo mejor, otras peor…
Puede que sea culpa mía, o más bien defecto de mi “yo” que ciertas cosas me duelan, pero también creo que la mayoría de las veces, incluso la gente que nos quiere y que tenemos a nuestro alrededor se vuelve demasiado egoísta, quizá por eso de que la confianza da asco, y nos acaban haciendo mucho daño, porque no se ponen en nuestro lugar para intentar entendernos, porque dejan de tener tiempo para nosotros, porque no aprecian lo que uno puede estar renunciando por agradar a otro, porque nos mienten, y sobre todo porque dejan de sernos leales o incluso llegan a avergonzarse de uno, o porque finalmente nos acaban abandonando… lo más duro de esto, es que es muy posible que nosotros mismos estemos haciendo, hagamos, o hayamos hecho esto a otra persona también, y no lo hayamos sabido ver, ni lo sepamos evitar para la próxima… porque de esto no te vacunas ni a los 10, ni a los 20, ni a los 30…
Dolor…que
palabra más fea… (ya lo siento por las “Dolores”, que mala leche tuvieron sus
padres…). El dolor físico todos lo conocemos, creo que desde el mismísimo día
en que nacemos, luego dicen que como se nos olvida…; y supongo que es así, no
me acuerdo de nacer, ni de los agujeros en las orejas a los pocos días, ni del
de los dientes al salir, ni siquiera de aquella vez en que vino una ola y me
lanzó contra las rocas y me corte enterita, tenía heridas y sangre por todo el
cuerpo, y aunque tengo la imagen muy clara en mi cabeza, y la idea de dolor y
escozor, el dolor de aquel preciso momento…no soy capaz de sentirlo, y menos
mal!
Pero hay
otro dolor, el importante, el de verdad, ese cuyas heridas no ve el ojo humano,
pero que son las peores, a veces llegan a matar igual o más que las físicas.
Este dolor es como un túnel profundo que te deja el cuerpo medio vacío por
dentro. A veces quema, a ratos te deja helada, y te punza el corazón. Te crea
una angustia, una desazón, una ansiedad…, y es capaz de quitarte las ganas
hasta de lo mejor. Para éste no hay medicina cada 8h durante 4 días y arreglado…
Cuando
eres aún bien pequeña, ya empiezas a familiarizarte con él, probablemente en
aquella época fuera consecuencia de enfados con amigas y alguna que otra mofa
sufrida en el colegio… y aunque ahora mismo lo relativizas y puede que hasta te
llegues a reír de ello, en aquel preciso instante fue lo peor del mundo.
Pasan los
años y te das cuenta de que con la edad, cambian los motivos pero aumentan las
circunstancias por las que sufres este proceso, y al contrario de lo que cabría
esperar, con el paso de los años y las experiencias, no aprendes. Se te van
acumulando en un fondo, que probablemente te sirva para saber afrontar algo
mejor los nuevos golpes venideros, pero aún así, no los vas a lograr evitar. A su
vez crean un peso, que cuesta mucho arrastrar por la vida, aunque intentemos
con todas nuestras fuerzas vivir a tope los buenos momentos, empezar cada día
con total optimismo y con ganas de comernos el mundo, aunque repasemos
mentalmente todo lo que sí tenemos que merezca la pena y nos haga felices.
… Y la
sensación que yo tengo ahora, es que todos esos episodios, no se olvidan, se acumulan
en algún lugar del alma, cuanto más tiempo pasa, más recóndito es el lugar,
pero si se desencadenan las circunstancias pertinentes, vuelven rapidísimamente
a revivirse tal cual, con todo lujo de detalles y sensaciones, aunque solo sea
por unos instantes, y entonces el fatigoso trabajo de volver a mandarlo lejos
de nuevo, tiene que volver a empezar. Cierto es que los dolores no siempre nos los provocan “agentes externos”, de lo más duro es el sentimiento de fallarte a ti mismo y de los más difíciles de sobrellevar, porque no puedes dejar de verte, ni de hablarte, ni de llamarte, ni de sentirte… ni puedes echarle la culpa a otro, ni intentar engañarte un poquito…
Claro está, que no todas las personas tienen la misma tolerancia al dolor del alma (del mismo modo que varía la tolerancia al dolor físico); yo creo que es que “soy muy sentida” y entonces allá voy yo arrastrando un poco de todo, unas veces lo llevo mejor, otras peor…
Puede que sea culpa mía, o más bien defecto de mi “yo” que ciertas cosas me duelan, pero también creo que la mayoría de las veces, incluso la gente que nos quiere y que tenemos a nuestro alrededor se vuelve demasiado egoísta, quizá por eso de que la confianza da asco, y nos acaban haciendo mucho daño, porque no se ponen en nuestro lugar para intentar entendernos, porque dejan de tener tiempo para nosotros, porque no aprecian lo que uno puede estar renunciando por agradar a otro, porque nos mienten, y sobre todo porque dejan de sernos leales o incluso llegan a avergonzarse de uno, o porque finalmente nos acaban abandonando… lo más duro de esto, es que es muy posible que nosotros mismos estemos haciendo, hagamos, o hayamos hecho esto a otra persona también, y no lo hayamos sabido ver, ni lo sepamos evitar para la próxima… porque de esto no te vacunas ni a los 10, ni a los 20, ni a los 30…
Hay que aprender a aceptar el dolor, porque lo cierto es que nunca te abandona y la vida siempre lo acrecienta, y es que en el fondo el dolor, duele igual a los 20 que a los 30, lo que pasa es que tenemos más tablas para aguantarlo…si no siempre te quedará irte de compras o de copas ese día para que no sea tan malo, no olvidéis que los 30 son los nuevos 20.